jueves, 10 de septiembre de 2015

Hoy tuve una experiencia bonita

Hoy tuve una experiencia muy bonita, que quiero compartir. Tuve un cierre esta tarde en un pueblo de la isla que se suponía que fuese a las 3:00 pm, pero que terminaron la parte del banco cerca de las 4:30 pm., porque hubo otro anterior que se atrasó. Aunque la tardanza no era culpa mía, traté de limar asperezas, pero no hizo falta, porque la clienta estaba tranquila. Era una madre soltera que llevaba 19 años de divorciada y había criado a sus hijos a pulmón. Noté que tenía una cicatriz en el cuello, pero no hice pregunta alguna por discreción. A golpes mi mujer me ha enseñado a ser un poco más discreto. Vamos aprendiendo. Todo el tiempo estuve pendiente de la oportunidad para hablarle del Señor, la cual llegó. Cuando dijo algo relacionado con el tema espiritual, le pregunté si era cristiana. Me dijo que era católica, y apretando los labios casi como un “duck face” de las fotos de las chicas en Facebook, meneando suavemente la cabeza de lado a lado y elevando sus hombros levemente, me dijo con impresionante y sincero sentimiento: “Soy católica, pero soy practicante, y amo a Cristo con todo mi corazón.” Hablamos del Señor durante un rato en un ambiente de tanta comunión que ni en mi propia denominación he encontrado con frecuencia. Resulta que es sobreviviente de cáncer y la cicatriz del cuello es simplemente el recuerdo de lo que en su momento pasó. Ella me contó que cuando se enfrentaba a su enfermedad, hace unos diez años, estaba un día llorando desconsoladamente en su cuarto. Uno de sus hijos, hoy adulto, pero que entonces tenía unos 12 años y era monaguillo, entró y le dijo: “Mami, el domingo entrego la sotana, porque tú siempre me has enseñado a ser fuerte y a tener fe, pero ahora me estás diciendo con tu desconsuelo que no vale la pena creer.” Me contó ella que en ese mismo momento se secó las lágrimas, cambió su semblante, y comenzó su verdadera guerra de fe. Yo quedé impresionado con su testimonio. Todavía tiene otras batallas, pero aquella enfermedad aparenta haber sido vencida. No perdí la oportunidad. Le pregunté si ella podía orar con un evangélico. Su rostro brilló y me dijo que sí. Estiré mi mano, pues ella estaba al otro lado de la mesa, y sujeté la de ella con tres dedos y mucha discreción, porque algún empleado podía vernos y no quería dar lugar a una mala interpretación; entonces oramos, solamente faltó que orara en lenguas y le impusiera manos, pero eso hubiese sido un “overkill”, debido a las circunstancias. El incidente fue glorioso y muy edificante para ambos. Pero de toda la experiencia, lo que más me edificó fue que ella, siendo católica, se condujo como la más ferviente creyente de una iglesia protestante, lo cual me confirma que no debemos edificar muros, sino puentes, y que no debemos juzgar, para que no seamos juzgados.