Una de las consecuencias más beneficiosas
de la crisis financiera actual es que Ceci ha aprendido, con la ayuda de
Marshall y los utensilios facilitadores que allí se compran, y por supuesto, la
de Costco también, a cocinar muy bien, como si fuese chef de
altura, que de hecho, para mí ya lo es, porque casi siempre prefiero lo que
ella hace, y cómo lo hace, a lo que solíamos comer en muchos restaurantes en
época de vacas gordas. Por otro lado,
esa virtud, la de cocinar bien, se podría convertir en algo perjudicial, si no
se controla. Me explico.
Ayer por la tarde, me cuenta Ceci,
nuestro hijo menor, de 14, fue adonde ella y le dijo con naturalidad: “Mami, tengo
unas ganas de comer un risotto con chuletillas de cordero, como las que tú haces…” “¡Qué pantalones!”, pensó (y me dijo) Ceci,
“a la verdad que estos muchachos a veces no saben ni lo que dicen.” Lo primero que me vino a la mente cuando ella
me contó el incidente fue un reciente post que leí en Facebook que decía algo como (y
hablo de memoria) “si quieres hacerle daño a alguien que amas dale todo lo que
se le antoje”. De más está decirles que
no se le hizo el risotto, sino que durante estos días de asueto tuvieron (ambos
hijos) que pasar la aspiradora, mapear, fregar la trastera varias veces, lavar
los cuatro carros, y de vez en cuando ir y hacer uno que otro mandado, pues
como Ciro ya maneja, tenemos que entrenarlo.
Criar hijos hoy en día no es nada fácil, porque siempre, no importa cuán
bueno sean, halan para su lado y estiran y estiran hasta ver a dónde pueden
llegar. En fin, ya pasó el período de
entrenamiento y pensándolo bien, me han dado unas ganas de comer un risotto de
espárragos, o de setas, con unas chuletillas de cordero, que ni les
cuento. Deja ver cómo hablo con Ceci sin
que me regañe y se burle de mí por blandengue, o ganso. Eso sí, tendrá que ser después que predique
en Yabucoa este domingo, porque no quiero perder la concentración.
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