sábado, 27 de junio de 2015

No nos debe extrañar

No nos debe extrañar la reciente decisión del Tribunal Supremo sobre la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.  Cuando entré a la Escuela de Derecho en el año 1979 hacía apenas unos años que se había decidido el sonado caso de Roe v. Wade, mediante el cual se legalizó el aborto en los EE UU, con leves excepciones.  Desde entonces han muerto decenas de millones de niños en manos de inescrupulosos médicos, con el consentimiento de sus madres y a veces con el de sus padres también.   Se podría argumentar que el daño directo, e indirecto, de esa decisión ha sido catastrófico, pero la vida ha seguido su curso, incluso para los cristianos.  La iglesia, en vez radicalizarse por tan vergonzosa decisión judicial sobre el aborto, se dedicó a predicar un diluido mensaje de prosperidad y buena vida, aunque siempre Dios mantuvo un remanente fiel que proclamó el Evangelio como debe ser.  Esta vez probablemente no sea muy diferente, aunque vislumbro un leve matiz más adverso, por la militancia de los ganadores.  Querrán que se acepte el mensaje de “igualdad”, tratando de llevar el péndulo al otro extremo.  Ahora nos tocará el turno a los que reclamamos nuestro derecho a creer como bien nos parezca sin que nos obliguen a aceptar el modo de vida de los demás.  He ahí el punto de principal controversia a mi modo de ver.

Antes de la decisión ya se obligaban a jueces a casar a parejas del mismo sexo e incluso se amenazaban a algunas escuelas cristianas  con quitarles fondos si no aceptaban a maestros homosexuales en sus planteles y nos obligaban a aceptar otras cosas que iban directamente en contra de la conciencia del cristiano.  Por eso pienso que el efecto de esta decisión será mucho más complejo que el de Roe v. Wade, porque en términos generales a nadie se le obligaba a abortar, mientras que ahora se pretende obligar a aceptar y permitir que incluso se adoctrine a nuestros hijos para aceptar como buena una conducta que los cristianos consideramos que puede afectar el destino eterno de quienes la adopten.


En resumen, no nos debe extrañar ni la decisión sobre el aborto ni esta reciente decisión sobre el matrimonio de personas del mismo sexo.  Este mundo caído y vendido al pecado tiene su dios y ambos serás juzgados.  Dios nos ofrece su Gracia a través de la fe en Jesús para que escapemos del juicio venidero.  El fin se acerca.  Nuestro deber principal es predicar el Evangelio de Jesucristo a tiempo y fuera de tiempo.  No debemos pretender llevar a cabo cambios que van en contraposición a lo profetizado, porque eso podría ser un ejercicio fútil y hacernos quitar nuestra mirada de nuestra principal encomienda, a saber: predicar el Evangelio a toda criatura.  Defendamos nuestros derechos, por supuesto, pero con el principal objetivo de tener paz para predicar, que debe ser nuestra prioridad en esta tierra.  Después de todo,  el reino de nuestro Señor no es de este mundo y no debemos pretender vivir aquí como si estuviésemos allá.

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