Todo comenzó muy bonito,
te limpió, se llevó tu tristeza, te prosperó, te llenó de alegría, te cumplió
Sus promesas, te llenó la casa, te llenó el corazón de esperanza y te dio
fuerzas para vencer, pero al pasar los años algo pasó, no sabes cómo pudo suceder
si tú eras fuerte y comprometido, pero pasó, y tu fervor fue neutralizado por
un simple acto de desobediencia que te llevó al desanimo porque se desintegró la
perfección en tu vida, por lo cual el sentimiento de protección se fue, porque
“sabes” que Dios es serio y firme, lo cual te llenó de culpabilidad y todo se
derrumbó, como un castillo de naipes, y en la vorágine de la derrota tu enemigo
se aprovechó de ti, amplificando el efecto del desorden, y se burló, acusándote
y haciéndote sentir que no sirves, que todo fue una ilusión, que no eres parte
del grupo victorioso que verá al Cordero tomar el rollo en sus manos, que todo
lo que hiciste fue en vano, entonces, cuando no podías más, alzaste los ojos al
Cielo y clamaste a Dios, implorando su misericordia y perdón, y como siempre Él
te socorre, y te dice que nada cambió, que nunca perdiste lo que edificaste,
porque nunca edificaste nada, porque todo lo que tuviste fue dado por gracia,
por su Gracia, y que no te tienes que avergonzar por haber perdido nada, porque
nunca nada tuviste, porque todo vino de Él, por su misericordia, y que su amor
por ti nunca cambió, entonces te pones de pie nuevamente, sin burlarte de tu
enemigo, porque total, su destino ya está determinado, y al fin comprendes que
el tuyo también, si perseveras hasta el fin, en su Amor.
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