Un cristiano
mayor, bien mayor, que ama a Dios y que no se preocupa porque se le caiga el
pelo, la dentadura, o que no le dé mucha importancia a las pertenencias
materiales, ni a las posiciones de prestigio en la iglesia, o a otras cosas que
los más jóvenes anhelan, simplemente demuestra que está soltando poco a poco el
carapacho físico (el cuerpo) y los afanes de la vida (posiciones y logros) que
tienden a querer reprimir al ser interior, que en esa etapa de la vida, lo
único que anhela es estar junto a su Señor.
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