No hay mejor defensa, no hay mejor
venganza, no hay mejor resistencia ante un enemigo que te fustiga
irrazonablemente, que someterte a Dios en todas las áreas de tu vida y aceptar
el agravio con ecuanimidad. Confía sin
claudicar, porque Dios tiene una peculiar manera de defender a los que en Él
confían: los prospera y exalta ante la adversidad.
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