El creyente
de corazón recto, cuando cae, se queda postrado ante Dios antes de levantarse
porque respeta a su Salvador y no quiere actuar como un indolente al minimizar
la gravedad de su falta, pero el creyente insolente se levanta inmediatamente,
sin compungirse, como si nada hubiese
pasado, frecuentemente obstruyéndole el paso a una genuina restauración.
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