Mi esposa, que es CPA, es la administradora de nuestro bufete.
Además, atiende asuntos contributivos en Hacienda y el CRIM y resuelve
toda clase de problemas en los diferentes Registros de la Propiedad. Por cuestiones de seguridad, ella entrega
personalmente documentos originales relacionados con los cierres, lo cual
también hago yo.
Esta mensajería
sensitiva la hacemos ambos porque, hace unos 8 años, un mensajero irresponsable
se perdió del panorama con unos documentos importantes que finalmente
aparecieron en su dormitorio. Pero el
susto se quedó y nos tiramos encima esa carga adicional, no sólo por el mal
rato que pasamos, sino también porque la situación económica no estaba como
para pagar mucho en mensajería.
Ayer tenía que
entregarle un cheque importante a un colega y me dijo que lo enviaría a buscar
con un mensajero de su confianza, autorizándome a entregarle el cheque sin un
sobre para que no se viera la cantidad, como yo hubiese preferido. Cuando el mensajero me llamó para que le
dijera cómo llegar a mi casa, seguí hablando con él por teléfono, con la
intención de averiguar si a lo mejor podía (y debía) usar sus servicios. De modo discreto, como el que no quiere la
cosa, le comenté que el abogado amigo mío debe confiar mucho en él para
autorizarlo a recoger un cheque fuera del sobre. Él, con humildad, pero con firmeza, me dijo
que todos sus clientes confían en su integridad y que algunos incluso lo envían
a cambiar cheques de miles de dólares, dándome varios ejemplos sin mencionar
personas específicas (la discreción es importante). De repente, sin que él lo esperara, le
pregunté directamente y en voz firme: “¿Por qué tú eres tan honesto?” Y él me contestó con la misma firmeza:
“¡Porque tengo temor de Dios!”
Yo casi me erizo,
porque esa era justo la respuesta que yo quería escuchar. El hombre le sirve a Dios y en estos momentos
está pasando por una de las pruebas más grandes de su vida, parecida a la que
Ceci y yo hemos pasado durante los últimos 7 años, pero peor. Me contó sobre sus necesidades económicas
porque un cliente importante acaba de prescindir de sus servicios y sobre otras
cosas más que no debo mencionar por discreción.
En fin, terminamos conversando un buen rato en el garaje de casa. Dios me dio palabra de consolación para él,
oramos juntos, y lloramos juntos también.
El me dio su tarjeta, y yo le dije que entraba a buscar la mía.
Cuando llegué a
mi escritorio vi un cheque en blanco, porque Ceci me había traído dos para que
preparara el cheque del abogado que el mensajero había venido a buscar, lo cual
tomé como una señal de Dios (o una prueba para ver si yo hacía lo que debía
hacer). Inmediatamente tomé el cheque y
lo llené con una modesta pero importante cantidad pagadero a su nombre. Salí nuevamente, le di mi tarjeta, le dije que
lo iba a contratar para lo cual lo llamaría esa misma tarde (lo cual hice
después de hablar con Ceci), y le di el cheque que había acabado de llenar y se
lo entregué como una ofrenda de amor. Él
lo recibió llorando y dándome las gracias me dio como tres abrazos y se fue
gozoso, pero no estoy seguro de que estaba más gozoso que yo, porque Dios me
había dado el privilegio de ser usado por Él para hacer un bien… y
probablemente nada dé más gozo que ser usado por Dios.
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