Suelo confiar más
en alguien que le ha fallado a Dios y se ha levantado de las cenizas, con la
ayuda del Omnipotente, que en alguien que tiene la actitud de ser muy, pero que
muy, santo y predica con una aparente autoridad apostólica, porque aquél, el
que admite haber fallado y sido levantado por Dios, me podrá dirigir con amor y
comprensión a los pies del Maestro el día que me toque a mí andar por el valle
de sombra de muerte, mientras que el otro, salvo pocas excepciones, ni siquiera
sé si tenga tiempo para atenderme, ni los recursos espirituales para bregar con
mi situación.
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