Cuando Dios nos bendice lo suele hacer
con naturalidad, de manera tal que a veces nos parece que es el curso normal de
las cosas, que es la consecuencia directa de nuestro propio esfuerzo y del “destino”, y que así es como debe ser, sembrar y
recoger, pareciéndonos todo tan natural que hasta nos olvidamos de dar
gracias. Pero cuando nos descuidamos y
Dios nos llama a cuentas por nuestra deficiente conducta, la mano de Dios se
posa sobre nosotros, invisible pero densa, cerrando todas las puertas de manera
sobrenatural, como una fuerza que nos inmoviliza, y, sin importar lo diligente
que seamos, lo mucho que nos preparemos, y las diferentes alternativas que
tratemos, todo sale al revés, aunque a otros que hacen más o menos lo mismo que
nosotros todo les sale mejor. Entonces,
después de dar muchas coces contra el aguijón, caemos en sí, alzamos nuestros
ojos y luego nos postramos y nos humillamos, vaciando nuestra mente de nuestras
ideas y nuestro corazón de nuestros sentimientos, para que Él nos llene y nos
renueve y nos haga renacer, como en el principio, con sencillez, dedicación y
santidad… sin la cual nadie verá al Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario