Como regla
general, casi todas las actividades necesarias para la vida del ser humano le
dan placer cuando las hace, porque así lo ha diseñado Dios. Por ejemplo, comer (para subsistir) y la
actividad sexual (para la reproducción).
Ambas actividades fueron mandadas por Dios desde el principio. Es curioso que cuando Dios te manda a hacer
algo, Él te facilita los medios para que lo hagas y suele incentivarte dándote
el deseo de hacerlo y sentido de bienestar (o placer) cuando lo haces. Hay una actividad muy particular también
mandada por Dios que si la llevamos a cabo bien, también nos da placer: el
trabajo. Pienso que si enfocamos el
trabajo como algo mandado por Dios y pedimos dirección para llevarlo a cabo
(como quien pide dirección para encontrar la compañera o compañero junto a
quien unir su vida), una vez encontremos qué hacer para ganarnos el pan y
subsistir, y Dios nos lo confirme, desarrollaremos nuestra actividad laboral
con placer y ésta nos satisfará. ¿A qué
viene esta reflexión? Como casi todas,
porque Dios ha puesto en mi corazón que escriba sobre este tema. Porque el trabajo, al igual que nuestra
relación matrimonial, es parte importantísima de nuestras vidas y afectará
directamente nuestra calidad de vida, pero muchos no lo vemos, ni le damos, la
importancia que merece y no involucramos a Dios en el proceso de seleccionarlo. Ahora que muchos graduandos entran en el
mundo laboral, e incluso muchos que llevan trabajando durante años están
considerando un cambio de profesión porque no son felices haciendo lo que hacen,
me parece prudente que consideres lo que aquí sugiero y le pidas a Dios que te
dirija a ubicarte en el trabajo que Él tiene para ti y que te abra las puertas
y los ojos para entrar por ella, con el fin de que te puedas deleitar en el
trabajo que Él te dará. Esta reflexión probablemente
sea parte de la dirección de Dios para tu vida.
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