No rechaces de
plano una palabra que te amoneste o redarguya, porque esa palabra puede ser la palabra
que durante años le has estado pidiendo a Dios que te dé. Quién sabe si con esa palabra Dios quiere
lograr dos propósitos en ti: 1) ver si logras humillarte, si subyugas tu ego y lees
o escuchas esa palabra nuevamente, y 2) hablarte a través de ella, si la
recibes con humildad y un receptivo corazón.
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