Quien se arrastra en la cuneta de la vida
por sus propios errores tiene más probabilidad de poder agradar a Dios si se
arrepiente, viene a Él humillado y cambia su conducta, que aquél que vive una
vida “intachable”, llena de logros, con mucha paz y bonitas amistades, pero
piensa en Dios solamente en las grandes solemnidades.
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