A veces nos suceden cosas adversas que nos
causan un gran malestar porque tienen visos de injusticia, pero algo en nuestro
interior nos dice que tales cosas han venido como consecuencia de nuestros
hechos y que Dios las permite para nuestro bien con el fin de disciplinarnos.
Cuando eso sucede, usualmente tenemos dos alternativas: 1) luchar contra la
adversidad, casi siempre inútilmente, o 2) esperar en Dios dócilmente para en
su momento aprender la lección y seguir nuestro peregrinar. La segunda
alternativa, la de esperar dócilmente, suele ser el camino más productivo, el
camino que en su momento nos trae paz.
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