Hace poco tuve una experiencia inesperada y muy bonita. Tuve un cierre de una señora
recién divorciada, con dos hijos más o menos de la edad de los míos, en un
pueblo de la Isla. Cuando la transacción casi terminaba, la conversación se fue
tornando de lo legal a lo espiritual y pude hablarle de Dios directo a su
necesidad. Como pude ver que la persona había sido tocada, al final de la
transacción, educadamente y con respeto, le pregunté si me dejaba orar por
ella, de forma recatada debido al entorno. La oración, sin embargo, no fue muy
modesta, pues Dios me dirigió a orar con denuedo por cosas que en mi interior
yo sabía que a ella le estaban sucediendo, aunque lo hice sin imponer manos por
discreción. Efectivamente, cuando terminé y la miré, tenía gotas de lágrimas en
sus mejillas, mentón y hasta en sus manos que estaban sobre la mesa, pues eran
tantas que las lágrimas habían descendido en aparentes borbotones. En ese
momento me asusté un poco, por temor a que alguien entrara al salón y pensara
que yo la había hecho llorar. La verdad es que aunque lloró, estaba
resplandeciente de alegría, y no paraba de decirme lo maravillada que estaba de
saber que Dios me había enviado directamente desde el Área Metropolitana para
ministrarle a su necesidad. Yo también estaba asombrado, y muy contento, de
haber sido sensible a la dirección de Dios para llenar una necesidad, de las
tantas que tenemos en nuestro entorno. Definitivamente, cuando quitamos los
ojos de nuestras luchas y los ponemos en las necesidades de los demás, usualmente
nos va mejor.
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