domingo, 2 de noviembre de 2014

Una experiencia inesperada y muy bonita


Hace poco tuve una experiencia inesperada y muy bonita. Tuve un cierre de una señora recién divorciada, con dos hijos más o menos de la edad de los míos, en un pueblo de la Isla. Cuando la transacción casi terminaba, la conversación se fue tornando de lo legal a lo espiritual y pude hablarle de Dios directo a su necesidad. Como pude ver que la persona había sido tocada, al final de la transacción, educadamente y con respeto, le pregunté si me dejaba orar por ella, de forma recatada debido al entorno. La oración, sin embargo, no fue muy modesta, pues Dios me dirigió a orar con denuedo por cosas que en mi interior yo sabía que a ella le estaban sucediendo, aunque lo hice sin imponer manos por discreción. Efectivamente, cuando terminé y la miré, tenía gotas de lágrimas en sus mejillas, mentón y hasta en sus manos que estaban sobre la mesa, pues eran tantas que las lágrimas habían descendido en aparentes borbotones. En ese momento me asusté un poco, por temor a que alguien entrara al salón y pensara que yo la había hecho llorar. La verdad es que aunque lloró, estaba resplandeciente de alegría, y no paraba de decirme lo maravillada que estaba de saber que Dios me había enviado directamente desde el Área Metropolitana para ministrarle a su necesidad. Yo también estaba asombrado, y muy contento, de haber sido sensible a la dirección de Dios para llenar una necesidad, de las tantas que tenemos en nuestro entorno. Definitivamente, cuando quitamos los ojos de nuestras luchas y los ponemos en las necesidades de los demás, usualmente nos va mejor.

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