Cuando la
ley no nos permita tener grandes templos en los cuales se puedan hacer grandes
actividades para recoger grandes ofrendas; cuando nuestro mensaje de paz sea
considerado por la sociedad como un mensaje de odio; cuando no podamos hacer
actividades por televisión para alcanzar a mucha gente y recoger grandes
aportaciones; cuando no podamos vivir de las ventas de nuestros libros porque
sean ilegales; cuando el mundo no nos respete y deje de decirnos: “pase por
aquí reverendo”; entonces serviremos al Maestro desinteresadamente con genuina
devoción y probablemente, cuando tengamos que hablarle bajito por temor a la
persecución, nos oiga mejor y con más satisfacción que cuando orábamos a toda
voz por costosos sistemas de altoparlantes.
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