sábado, 25 de mayo de 2013

¡Qué bueno es Dios!

Es temprano en la mañana y aquí estoy en la mesita del “family” escribiendo en la laptop con los ojos aguados de sentimiento, pensando en Dios. Llevo 7 años de una intensa prueba que está dando indicios de ceder. Estoy sorprendido, aunque creyendo, de ver la mano y la misericordia de Dios obrando en mi vida. Así como todo salía mal, todo está saliendo bien, mejorando y mejorando de manera sobrenatural, como antes, cuando la intervención de Dios era patente en mi vida. Cuando el hombre (o la mujer) se convierte, inmediatamente Dios interviene en su vida para bien, dándole ese empujoncito necesario para comenzar la vida cristiana. Pero, cuando un creyente, que ha tenido una vida fructífera durante años, peca y ofende a Dios y luego se arrepiente, la restauración, al menos según mi experiencia, no es igual de súbita que inmediatamente después de la conversión. En mi caso, la ruta a la restauración ha durado 7 años. Al menos Dios me dejó a mi madre durante ese tiempo antes de llevársela, porque el amor incondicional de mamá, sus sabios consejos y sus diarias oraciones me sirvieron de consuelo dentro de la prueba. Como ñapa, Dios me ha dado unos hijos que, aunque pequeños, han sido una bendición, porque en adición a ser buenos estudiantes y tener una conducta excelente, me respaldan en oración. Anoche, como “veo” la intervención de Dios en los asuntos de mi prueba, le pregunté a mi hijo menor (de 12), Álvaro, si continuaba orando por mis asuntos, y me dijo: “Claro papi, yo oro por los asuntos de la familia, para que Dios nos ayude, todos los días.” Como diría mi amiga Helen: “¡Qué bueno es Dios!”

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