El Señor se da a respetar, pero no porque
podamos ofenderle si le faltamos el respeto, sino para que corrijamos nuestros
caminos y nos vaya bien. Por más
profundos que sean nuestros lamentos y ruidosa nuestra algarabía, aunque
tengamos complejos argumentos y quejidos lagrimosos, todo lo que hagamos
alzando la voz para que nos escuche con detenimiento es ante sus ojos como el
piar de muchos pollitos y aunque no necesariamente lo convencemos con nuestros argumentos, siempre nos atiende con sencillez para cubrirnos con sus tierna
alas, porque así es Dios, lento para la ira y pronto en perdonar.
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