La fuerza de la
iglesia se manifiesta en la unidad, porque la iglesia ha sido llamada a funcionar
como un cuerpo. Cuando un líder de una
congregación piensa que debe controlar los destinos de “su” rebaño, sin contar
con la participación directa del rebaño, se expone a errar. Pero claro, como a veces nuestros intereses
personales como líderes son más poderosos que los intereses del rebaño, se nos
hace difícil anteponer el bien de la congregación sobre nuestros frecuentemente
equivocados y egoístas objetivos. La
destrucción de una congregación dinámica y saludable suele comenzar por el
despiste de un líder que considera que está por encima del cuerpo y no se
somete a éste con humildad, sinceridad y noble corazón.
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