La
mentira, que es aborrecida por Dios, es pecado, y destruye los cimientos de
cualquier vida, familia y ministerio. Es
tan poderosa que incluso engaña a su propio portador haciéndole creer sus
propias falsedades. Su atractivo
consiste en ofrecer una salida fácil y fluida a todo el que a ella recurre y su
aguijón va dirigido a persuadir al que miente a no confiar en Dios haciéndole
pensar, inconscientemente, que Dios le hace el camino difícil y la mentira fácil.
La mentira pudre desde el interior, el
carácter del cristiano.
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