Contrario a
lo que enseñan los proponentes de la “Súper Fe”, a veces estás más cerca de
Dios cuando pierdes todo lo que mucho valoras aquí en la tierra, como por
ejemplo, cónyuge (por muerte o separación), trabajo (por despido o disminución
de actividad), hijos (por muerte o porque eligen el mal camino), casa (por
ejecución o porque no tienes con quien disfrutarla), salud (por vejez,
enfermedad grave o achaques inusuales), o actividad ministerial (porque te dan
de codo por la razón que sea); ahí, en ese momento de aparente derrota, cuando
lo único que te queda es tu relación con Jesús, ese es el preciso momento en
que, si te agarras firmemente a Él, estarás mucho más cerca de hacer la
voluntad de Dios, y recibir tu recompensa, que cuando en los años de
prosperidad te regocijabas por todo lo bueno que Dios te había dado, pensando
que las bendiciones nunca menguarían y las disfrutabas poniendo sin querer tu
corazón en ellas y no en el que te las daba.
El “día malo”, si lo enfrentamos bien, a veces nos acerca más al Trono
de la Gracia.
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