viernes, 11 de enero de 2013

Sucio difícil

Hoy me levanté temprano para buscar de Dios y aproveché, mientras meditaba y adoraba, para fregar un caldero en el que se había hecho arroz con gandules que se ahumó.  Ya saben lo que eso implica; no solo había pegao ahumado, sino que debajo del pegao había una costra negra de arroz quemado que era “sucio difícil”.  Decidí meterle mano poco a poco.  Primero saqué el arroz ya ablandado, por haber estado en remojo, y lo eché en la basura para que no tapara el fregadero.  Luego con una espátula de plástico, de las que uso para freír huevos, fui raspando poco a poco la costra negra que estaba bien dura.  Lo que salía lo eché en la basura también.  Finalmente, con mucho ahínco, fui dando estropajo, metiendo mollero, raspa que raspa.  En el proceso, Dios tuvo un bonito detalle y me mandó un mensaje cuando sonó la campanita del celular y fui a ver qué era y alguien me había dejado un edificante comentario en uno de mis posts que coincidía con lo que ya Él me había estado ministrando.  Seguí entonces con el caldero, dándole gracias a Dios.  Increíblemente terminé.  Me tomó tiempo, pero terminé.  Cuando escurría el caldero noté que en la parte interior, por los lados, había residuos del arroz con gandules, que daban la impresión que el caldero estaba sucio.  Decidí meterlo en el fregadero de nuevo, hasta que quedó totalmente limpio.  Si no lo hubiese terminado de fregar por dentro, todo el que lo viese, hubiese pensado que lo fregué muy mal por los desperdicios que quedaron a los lados y todo el largo esfuerzo de quitar la costra negra y durísima, hubiese sido prácticamente en vano a los ojos que no vieron mi lucha.  Además, me dijo Dios a mi corazón, que difícilmente alguien utilice un caldero que tenga residuos de comida a los lados.  Llegue usted a sus propias conclusiones y aplique a su vida la moraleja que el Espíritu de Dios le ministre sobre la parábola del caldero.

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