Alégrate cuando estés pasando por una
prueba con un sentido inescrutable, una de esas que no puedes evitar, que no
puedes resolver pronto, de las que usualmente solamente tú sientes su peso,
mientras que otros te ven de lo más bien, pruebas duraderas y trituradoras de
tu voluntad y de tu carácter, de las que te llevan a humillarte, a dejar de
presumir, a guardar o regalar tus prendas, a dejar de ostentar, a darle al
necesitado aunque tú mismo tengas necesidad, de las que te hacen buscar qué
hacer para el Reino y de las que te llevan a morir a tus ilusiones y que logran
que todo te dé igual, con tal de que Dios no se aparte de ti y no te abandone;
alégrate, porque esas son las pruebas que te dicen que Dios no te ha abandonado
y desechado y que todavía piensa que algo bueno saldrá de tu vida cuando
termine el proceso por el cual Él ha elegido hacerte pasar.
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