Uno de los objetivos principales del
enemigo es causar en nuestras congregaciones un ambiente de intriga y
adversidad tan intenso que los miembros se sientan incómodos y no participen de
los cultos y actividades, eventualmente frustrándose y convirtiéndose
infructíferos para el evangelio o marchándose.
A mi modo de ver, la mejor manera de evitar el sabotaje espiritual del
enemigo es dándole mayor participación a la congregación en el proceso de
dirección de la iglesia, porque el poder concentrado frecuentemente es dañino,
mientras que a través del cuerpo en acción, el Espíritu Santo se manifiesta dando
certera dirección con mucha libertad. “Porque el Señor es el Espíritu;
y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Corintios 3:17)
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