El libre
albedrío es un misterio que funciona como Dios lo diseñó y tratar de ejercerlo
bien nos ayudará a vivir una vida victoriosa.
Cuando lo ejercemos para desobedecer, le acompaña una culpa angustiosa
que dependiendo de la magnitud de la falta puede ser casi intolerable, cuya culpa
te puede llevar a humillarte y buscar la reconciliación, o a insensibilizarte y
apartarte más de Dios para mitigar la angustia del pecado. Quizás podríamos pensar que sería más fácil obedecer
a Dios si la culpa viniese justo antes de la desobediencia, pero Dios no lo ha diseñado
así, prefiriendo nuestra obediencia voluntaria. Por eso debemos tener muy claro en nuestras
mentes lo que no debemos hacer para que estemos preparados para obedecer cuando
estemos ante el dilema de decidir entre el bien y el mal. Debemos, por tanto, tener una relación
dinámica con Jesús, nuestro mediador ante Dios, y acercarnos a Él diariamente, con
sinceridad, para estar preparados para escoger el camino que nos conviene, y
mantener una íntima relación con el Consolador, con el fin de que nos vaya bien.
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