No me
parece correcto que hablemos con desprecio de los errores que cometieron
hermanos que hoy día quieren levantarse y terminar sus días sirviéndole a Jesús
de corazón, como si a nosotros nos correspondiera decidir el futuro espiritual
del que arrepentido quiera rehacer su vida.
Dios nos ha dado el ministerio de la reconciliación, no el de la
separación y división.
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