Cuando yo era
pequeño, en la escuela, a veces me hacían escribir 100 veces las cosas que la
maestra de turno quería que yo me metiera bien en la cabeza. Se me ocurre que quizás no sería mala idea si
lo primero que hiciéramos en nuestros cursos de discipulado fuese pedirle a los
hermanos que escribieran 100 veces: AMOR Y MISERICORDIA.
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