Anteayer, en un avión,
Dios permitió que me sentara al lado de una pastora con pasión por las misiones,
sobre cuyo tema estuvimos hablando por un buen rato. Me contaba ella sobre una chica en Marruecos
que lo único que tenía para alimentarse espiritualmente eran unos pocos
versículos bíblicos que guardaba en un papelito escondido en su cama y las
transmisiones radiales (“underground”) de unos misioneros, que escuchaba
escondida cuando podía. Sus padres no
sabían que había aceptado a Jesús hacía unos seis años, porque mantenía su fe
escondida de ellos por temor a serias represalias. Un día su madre, mientras trabajaba en el
cuarto de ella, encontró el papelito con los textos bíblicos y la
confrontó. Ella decidió ser fuerte y no
negar a Jesús y admitió su fe. Su madre,
al enterarse, en vez de recriminarle por su fe, la abrazó y se mezclaron en un
profundo llanto cuando le dijo a su hija que ella también le servía a Jesús en
secreto desde hacía seis años. No sé,
pero a veces pienso que debemos leer el Nuevo Testamento como si nunca lo
hubiésemos leído, sin opiniones preconcebidas de lo que es la vida cristiana, y
ver la conducta de la iglesia primitiva para imitarla con un limpio corazón.
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