Cuando el odio
trata de apoderarse del corazón de una persona, empieza merodeando en su mente,
a través de pensamientos oscuros que ignoran el amor, y su corolario el perdón. Ahí empieza el odio a echar raíces, como la
yerba mala, hasta que de la mente pasa al corazón. El odio suele ir de la mano del orgullo, y
cuando éstos se unen en el corazón, destruyen a su anfitrión. Jesús nos enseñó que tanto el odio como el
orgullo se combaten con humildad, amor y perdón, antídotos perfectos que protegen
el corazón.
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