Cuando el
espíritu del hombre, o mujer, tiene hambre y sed, solamente Jesús puede saciarla
y calmarla. No hay fantasía, no hay novela,
no hay pastilla, no hay viajes, no hay
dinero, no hay casa, no hay pareja, no hay placer carnal o de las emociones que
pueda saciar el hambre y quitar la sed de un espíritu atribulado; solamente una
relación sincera y estrecha con Jesús puede tranquilizar tu espíritu y calmar
tu alma.
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