Para los que se
sientan frustrados en sus ministerios, lean parte de las confesiones de
Jeremías, en el capítulo 20, e imagínense cómo se sentía el profeta por el
menosprecio de su pueblo:
“14 ¡Maldito el día en que nací!
¡Que
no sea bendecido el día en que mi madre me dio a luz!
15 ¡Maldito
el hombre que dio la noticia a mi padre, diciendo:
«Un
hijo varón te ha nacido»,
causándole
gran alegría!
16 Sea
tal hombre como las ciudades
que
asoló Jehová sin volverse atrás de ello;
que
oiga gritos por la mañana
y
voces a mediodía,
17 porque
no me mató en el vientre.
Mi
madre entonces hubiera sido mi sepulcro,
pues
su vientre habría quedado embarazado para siempre.
18 ¿Para
qué salí del vientre?
¿Para
ver trabajo y dolor,
y
que mis días se gastaran en afrenta?”
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