A pesar de sus frustraciones, y de todos
los malos ratos que pasó, Jeremías no podía dejar de hablar por esta razón:
"Por eso dije: «¡No me acordaré más de él
ni
hablaré más en su nombre!»
No
obstante, había en mi corazón
como
un fuego ardiente metido en mis huesos.
Traté de
resistirlo, pero no pude."
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