Pienso que
tanto los hombres como las mujeres debemos llorar más, porque las lágrimas sinceras,
cuando salen por los ojos, limpiándolos, suelen haber limpiado primero el
corazón. Nuestro llanto sincero no
debilita nuestra fe, la fortalece más, porque demuestra nuestra dependencia
total en Dios. Llorar suele mostrar
sensibilidad y Dios quiere que seamos sensibles. Llorar nos acerca más a Dios; por eso llorar con
sinceridad, y no tratando de manipular, puede ser una profunda experiencia
espiritual. En este sentido, me parece
importante notar que justo antes de tener un emotivo diálogo público con el
Padre, y de hacer uno de sus milagros más notables, “Jesús lloró.”
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