Cuando un hombre, o una mujer, que
ama a Dios y le sirve como líder en una congregación, ve que otro hombre, u
otra mujer, manifiesta una unción especial de parte de Dios para ministrar algo
en particular que atrae a la gente, aquel líder, si tiene corazón genuino de
siervo, lejos de sentir celos, se alegra de que Dios haya decidido manifestar
su poder en otra persona más, para bien del cuerpo de Cristo.
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