Ayer en un
seminario de educación continua requerido por mi profesión de abogado, antes de
comenzar, conversábamos tres abogados de la vieja guardia sobre temas de
actualidad. El más joven era yo, que
tengo 61. El que me sigue en edad, quien
está más cerca de los 70 que de los 60, le dice al otro: “Este se está metiendo
a pastor”. “Pues sí”, les confirmé. “Si Dios me abre las puertas, por ahí entro,”
comenté. “Ya terminé la maestría en
Consejería Pastoral y comencé la de Divinidades,” les dije, para que sepan que
voy en serio. Hablamos un poquito sobre cosas
de Dios, pero ninguno de los dos quiso seguir con el tema, porque notaron que
yo iba en serio. De todas formas, yo
quedé encantado, porque la voz se está regando y ahora no me conocen por los
casos contributivos que resuelvo, ni por la colección de vinos que pueda
tener. Ahora en la calle se sabe que
Cristo es el centro de mi vida. Eso es
bueno, pero también es una gran responsabilidad, la cual asumo confiando en Él.
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