Desde el
principio Jesús dejó claro que su reino no es de este mundo, por eso no vemos
que Él haya hecho nada para perpetuar su legado reflejándolo en cosas
materiales como grandes templos o grandes organizaciones humanas. Los humanos siempre terminamos desvirtuando
lo espiritual al tratar de cristalizar grandes verdades y convertirlas en
símbolos tangibles, como los antes mencionados.
La iglesia primitiva nunca enfatizó en la construcción de símbolos como
las elaboradas catedrales de Europa, o en organizaciones con costosos
andamiajes económicos, como algunas de nuestras denominaciones cristianas, sino
más bien insistió siempre en la reconstrucción del ser humano, destruido y
maltrecho por el pecado. Me parece que
Pablo fue un buen ejemplo de ello, quien incluso se proveía su propio sustento,
trabajando con sus manos, y dejando un legado que le da la gloria a Cristo, lo
cual podríamos decir que evidencia el hecho de que no tenemos una denominación
que lleva su nombre. Debemos recapacitar
y evitar caer en la trampa de querer perpetuar los movimientos del Espíritu
mediante la construcción de símbolos que los reflejen y simplificar el mensaje,
que básicamente consiste en: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado.” Insisto, Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino
fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a
los judíos; pero mi reino no es de aquí.”
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