sábado, 22 de septiembre de 2012

El objetivo principal del enemigo

Hoy, mientras viajaba fuera del área metropolitana para un cierre, tuve mucho tiempo para meditar tranquilamente sobre la guerra espiritual del cristiano.  Esta guerra es profunda, sutil, desgarradora, inmisericorde, violenta, y frecuentemente camuflada.  No hace mucho escribí en respuesta a una reflexión de un hermano que los ataques del enemigo abundan en el ámbito sexual, pero que muchas veces hay ataques encubiertos que pueden ser muchísimo más peligrosos que la fornicación y pecados por el estilo.  ¿Por qué?  Porque la fornicación y el adulterio son pecados claramente identificables y quien los comete suele saber que ha pecado y todo lo que tiene que hacer para restaurarse es confesar y apartarse del pecado y restaurar el daño causado hasta donde sea posible.
 
Una de las estrategias del enemigo en esta guerra es tratar de neutralizar el principal mandamiento de Jesús, a saber: “Que os améis unos a otros.”  Cuando Jesús nos dio ese mandamiento nos lo dio con el fin de que, entre otras cosas, el mundo supiese que somos sus discípulos; que viesen a Jesús en nosotros.  Al amarnos los unos a los otros el poder de Dios se manifiesta en nuestro medio y glorificamos a Dios, atrayendo así a las almas necesitadas de salvación.  Cuando nos aborrecemos los unos a los otros, Dios no suele manifestarse en nuestro medio, dificultando así nuestra labor de ganar almas para Jesús.  El apóstol Juan parece haber internalizado bien la importancia de ese mandamiento, a tal punto que lo enfatiza a saciedad en su primera epístola.  Incluso nos dice que el que no ama a su hermano no es de Dios ni conoce a Dios.  Es tan importante ese mandamiento que se nos dice que no podemos decir que amamos a Dios que no vemos, si aborrecemos a nuestro hermano que vemos, aparte de que si lo aborrecemos nos hacemos homicidas.  Sin amor, nada somos, nos dice Pablo yendo más lejos.
 
Al final de ese análisis entendí que una de las estrategias principales del enemigo es atacar las manifestaciones de amor entre los hermanos.   “Divide y vencerás”, dicen que dijo Julio César.   Hacer que líderes tengan envidias los unos de los otros, que se celen, que utilicen métodos mundanos para atacar y destruir al hermano, sin importar la pureza del objetivo del hermano que se ataca, no son métodos que pasan el cedazo de las Escrituras.  El fin de nuestras acciones frecuentemente parece ser neutralizar al hermano, si no está de acuerdo con nosotros.  Si se va de la congregación, mejor, parecemos pensar.  No nos damos cuenta de que si satanás logra dividir a los hermanos y logra “que se aborrezcan los unos a los otros”, logra precisamente lo opuesto a lo que Jesús quería lograr cuando nos mandó: “Que os améis unos a otros.”  Así las cosas, podemos concluir, con relativa certeza, que cuando hay celos y contiendas en el seno del cuerpo de cristo, estamos ante una manifestación de sabiduría diabólica, como escribió Santiago.
 
En resumen, el objetivo principal del enemigo para neutralizar a cualquier congregación, probablemente sea tratar de lograr que los hermanos, y muy en particular los líderes, adopten actitudes opuestas a las que se reflejan cuando nos amamos los unos a los otros, para que haciendo así terminemos aborreciéndonos los unos a los otros, socavando la labor de la iglesia.

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