En las
noticias de Televisión Española, esta mañana, pasaron a un niño abriendo un
recipiente plástico que contenía lo que aparentaba ser su almuerzo. Pude ver patatas (papas) cocidas, en trocitos,
con aceite y pimentón. No vi carne; si
la había, estaba en el fondo y sería poca.
Me llamó la atención que el niño aparentaba estar muy alegre. Automáticamente pensé en las amistades pobres
que tengo, quienes suelen ser unidos y muy felices. Incluso me retrotraje a mi infancia, que
aunque éramos de clase media, en muchos aspectos vivíamos como pobres. Mis dos hermanos y yo vivíamos en un
apartamento de dos habitaciones, junto a mis padres y una prima, ya mayor, de
mi madre, con quien yo compartía la segunda habitación, pues en la primera
dormían mis padres. Mis dos hermanos,
desde niños hasta ya adultos, dormían en un sofá en la sala, no de los que se
convierten en cama como los modernos, sino de los que el espaldar se echaba
hacia atrás y apenas podían dormir dos personas en él. Desde que tengo uso de razón nunca ha pasado
por mi mente que nuestros padres no nos dieron lo que necesitábamos. En mi casa había amor, mucho amor, y para
nosotros era muy normal vivir como vivíamos.
En el fondo, los niños lo que necesitan para crecer saludables
emocionalmente es amor y unidad familiar.
Lo demás, lo que se compra en las mega tiendas de juguetes modernas, suele
ser frívolo y en algunos casos dañino, a
mi modo de ver.
Mis
juguetes de infancia eran por lo general hechos en casa y pienso que ninguno de los juguetes modernos de mis hijos
es comparable a uno de ellos. Los juegos
y juguetes venían por temporadas: los trompos (se compraban, pero eran
baratos); las canicas (baratas también); las tarjetas de peloteros; los
patinetes hechos en casa con patines viejos; los tirachapas; los tirapiedras en
el campo; las pelotas improvisadas con cajetillas de cigarrillos y palos de
escoba hechos bates; los famosos yoyos; la temporada de jugar peregrina; los
gallitos; incluso el “moderno” hula-hoop, barato pero buenísimo ejercicio, eran
la sensación de entonces. Y que me dices
de la gallinita ciega, estatuas, el escondite, y muchísimos otros juegos que no
requerían inversión monetaria para que los niños pasaran un buen rato y a la
vez hicieran ejercicio. Sin embargo, el
neo capitalismo (ni sueñe con que este blog es político, pero la verdad es la
verdad) nos induce a pensar que tenemos que seguir la corriente y sacar dinero
de donde no lo hay para que nuestros hijos no se sientan fuera de lugar. Así las cosas, tenemos que comprarles un Wii,
un Playstation, un Smartphone, un Ipod, un Ipad, y a papá solamente le queda el
“I-Pay”.
Escuché de
un caso reciente en el que un muchacho de unos 17 años con orgullo decía que su
padre le iba a comprar su primer automóvil, una guagua Mercedes Benz, nueva de
paquete. A veces queremos amar a
nuestros hijos dándoles todo lo que quieren, pero nuestro deber es darles todo
lo que necesitan, y lo que más necesitan no suele ser material. A mi modo de ver lo que los niños más
necesitan es amor, comprensión y dirección, quizás incluso en ese mismo
orden. Cuando un niño pobre criado en un
ambiente amoroso triunfa, ya sea como buen deportista o en otra profesión,
solemos ver que lo primero que quieren hacer es comprarle una casa a su
madre. Por otro lado, vemos a los hijos
de muchos ricos (claro está, no debemos generalizar) que cuando son adultos se
enfrascan en largas y vergonzosas luchas por las herencias de sus padres e
incluso por la administración de los bienes de la familia en vida de sus
progenitores. Debemos renfocar nuestra
visión sobre la prosperidad y enfatizar en lo espiritual sobre lo
material. Ya lo dijo Jesús, dirigiéndose
a uno que le pidió ayuda en la partición de la herencia con su hermano: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no
consiste en la abundancia de los bienes que posee.”
En los aviones, antes de despegar, suelen dar instrucciones de
sobrevivencia en caso de peligro.
Siempre me ha llamado la atención de que en caso de cambio de presión
atmosférica en la cabina, se desprenderá del techo una máscara de oxígeno y
aconsejan que si un adulto va acompañado de un niño, el adulto se debe poner la
máscara primero y luego le debe colocar la del niño. Es evidente que la razón para ello es que el
adulto debe estar en condiciones para atender al niño si éste lo necesita
durante la crisis. Cuando criamos hijos,
especialmente en cuanto a la educación religiosa, solemos ponerles las máscaras
a ellos primero enviándolos a colegios cristianos para que les enseñen cómo
tener una relación con Dios, pero ello no debe ser así. No basta con mandar a tus hijos a Matter,
Perpetuo Socorro, San Ignacio, la Wesleyana, la Academia Bautista, o cualquier
otro colegio religioso con el fin de que les enseñen religión. La educación cristiana debe empezar en casa;
ni siquiera debiera ser en la escuelita bíblica de la iglesia. La verdadera formación espiritual se adquiere
en la familia y, sobre este particular, suele ser más influyente el modelaje de
los padres que lo que se enseña con palabras.
Ni la educación en cuanto a modales, y tampoco la religiosa, se le debe
delegar a un colegio. Los padres deben
comenzar por procurar tener una relación activa y eficaz con Jesús, para así
poder enseñarles a sus hijos a reconocer y adoptar los verdaderos valores, los
cuales suelen emanar de una vida sencilla y dedicada al servicio del
Señor. De esa forma nuestros hijos
podrán discernir la calidad de la educación cristiana que les ofrecen en sus
colegios y tener la sabiduría para evaluarlo todo, reteniendo lo bueno y
rechazando lo que no les conviene.
En resumen, es preferible que tus hijos coman patatas cocidas con aceite y pimentón y sepan que sus padres les han dado lo poco que tienen con amor, habiéndoles enseñado que se debe amar a Dios sobre todas la cosas y a ser agradecidos por todo, a que hayan tenido muchos bienes materiales, pero pocos recuerdos de amor en sencillez y unidad familiar. Lo que tus hijos verdaderamente quieren es que se les enseñe, mediante el ejemplo, a mantener una saludable relación con Dios, porque en el fondo, eso es lo que todos queremos.
En resumen, es preferible que tus hijos coman patatas cocidas con aceite y pimentón y sepan que sus padres les han dado lo poco que tienen con amor, habiéndoles enseñado que se debe amar a Dios sobre todas la cosas y a ser agradecidos por todo, a que hayan tenido muchos bienes materiales, pero pocos recuerdos de amor en sencillez y unidad familiar. Lo que tus hijos verdaderamente quieren es que se les enseñe, mediante el ejemplo, a mantener una saludable relación con Dios, porque en el fondo, eso es lo que todos queremos.
Tus sinceras palabras están llenas de verdad!!! En nuestra sociedad consumerista, en ocasiones tratamos de cambier afecto, valores, por cosas materiales...Creo que una de las razones por las que hay tanta depresión entre el hombre "moderno" es por su necesidad de sentirse amado profundamente... Es maravilloso como tener las prioridades adecuadas, puede impactar la vida de nuestros hijos...
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