lunes, 17 de septiembre de 2012

Llorando de alegría

Ya les conté que este domingo visité con mis hijos una iglesia a la cual un compañero del seminario me había invitado.  El predicador invitado, entre otras cosas, nos contó una anécdota.  Nos dijo que no hace mucho visitó una iglesia en uno de los populares “strip malls” que hay por doquier en los Estados Unidos Continentales, en los cuales a veces hay varias iglesias.  Justo frente a la iglesia que él visitaba, había un “sin techo” sentado en la acera.  Una vez dentro, lo atormentaba el pensamiento del hombre desposeído que estaba afuera del templo y, saliendo del culto, se sentó con él.  Conversaron, le predicó, y después le dio un abrazo.  El hermano regresó a la iglesia y se puso a llorar mientras oraba por el desposeído, y entonces, un hermano de la congregación a la cual visitaba se le acercó a ver si le pasaba algo y para orar por él.  ¡Qué ironía!  Pero como no sabemos si ya ellos le habían predicado y habían orado por él, mejor no juzgar.

A lo que vengo.  Hoy salí de una reunión de trabajo a eso de las 7 de la noche y fui a Guaynabo a echarle gasolina al carro de Ceci, pues tengo que buscarla al aeropuerto esta noche, cerca de las 10.  Una vez en la gasolinera, mientras echaba gasolina, se me acercó un joven que obviamente tenía, o había tenido, problemas con las drogas, y me pidió ayuda.  Yo me toqué el bolsillo y noté que había dejado el menudo en otro pantalón, y le dije: “Lo siento, dejé el menudo.”  Entonces pensé: ¿Y por qué no le das un dólar?  Me acordé que mi hijo mayor me había contado que este fin de semana, esperando con Jongy para recoger a alguien camino a predicar en Vista Hermosa, un necesitado les pidió dinero y Jongy le dio un dólar.  Pensando en eso, abrí la billetera, saqué un dólar, y busqué al joven.  Me le acerqué, le di el dólar, y le hablé de Jesús.  Después de darme las gracias, bajó la mirada, mientras me escuchaba.  Yo le dije, delicadamente, que por favor me mirara a los ojos, lo cual hizo.  Entonces con profundo sentimiento le dije: “Cristo te ama.  Te ama tanto que murió por ti.”  Entonces le presenté el plan de salvación.  Al final le pedí si podía orar por él, a lo cual accedió con ganas.  Oré con ánimo y fe.  Él lloró.

Al terminar la oración, me fui para la guagua y antes de llegar a ella, algo me dijo: “Termina.”  Regresé y vi que todavía tenía lágrimas en las mejillas.  Le pregunté si estaba dispuesto a aceptar a Jesús como su salvador personal y me dijo que sí rápidamente.  Le pedí que inclinara su cabeza y que repitiera mis palabras haciéndolas suyas y allí, en una gasolinera llena de gente a nuestro alrededor, le pidió a Jesús que entrara a su corazón y perdonara sus pecados, mientras yo le imponía manos y oraba por él.  Lloró más; y yo también.  Al final le mencioné que debiera congregarse y ahí mismo noté que al lado de la gasolinera hay una iglesia de buen testimonio.  El la conocía y me dijo que la visitaría.  Nos despedimos.  Entonces me acordé de la historia del sin techo que hicieron en la iglesia ayer domingo.  Me monté en la guagua y me fui adorando, orando en el Espíritu con ahínco por él, y llorando de alegría.

2 comentarios:

  1. Ivonne Tamayo Maseda18 de septiembre de 2012, 7:58

    Hermoso relato!!...Las personas sin hogar (homeless) muchas veces son bien receptivas... Hay Coaliciones que brindan servicio a las entidades que a su vez les brindan apoyo a esta población tan sufrida y necesitada... En las décadas que tuve el honor de servirles, fueron muchas las satisfacciones de darle la mano a los "homeless", pude captar bellos corazones atrapados en las adicciones y las enfermedades mentales por quienes Dios se compadece...
    En palabras de Pablo a los Corintios "sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia."

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  2. A veces ayudamos al que se arrepiente en el acto y podemos orar por él o ella como fue tu preciosa experiencia. En otras ocasiones nos toca ministrar al que intenta vender al próximo carro la comida que le regalaste en ese momento. De todas maneras nuestra compasión y deseo de ayudar al necesitado debe continuar pues vivimos en tiempos donde la palabra de Dios nos dice que el amor de muchos se enfriaría. Que no nos cansemos nunca de hacer el bien y sobre todo de ministrar sobre Jesús. Un¨Cristo te ama¨siempre llega al corazón.

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