sábado, 8 de septiembre de 2012

Manolo

Cuando Ceci y yo nos casamos en el 1989 fuimos de luna de miel a Salamanca, su ciudad natal.  Una vez allí aproveché para hacer una gestión en el Banco Central, que luego pasó a ser parte del Santander.  Ese año conocí a un gran amigo, que para estos efectos llamaré Manolo.  Manolo trabajaba en el Banco Central y luego se jubiló del Santander hace varios años.  Yo he compartido con él, y a veces junto con nuestras respectivas esposas, varias veces al año durante los últimos 22 años, sin contar los últimos cuatro, pues nosotros hemos viajado menos a España en años recientes.  En concreto, hacía más de tres años que no lo veía, pero siempre lo he considerado buen amigo.

El lunes 13 de agosto pasé por el Santander en Salamanca para hacer una gestión y pregunté por Manolo, que aunque jubilado, pasaba por allí frecuentemente para saludar.  Me dijeron que había tenido un infarto y que ha estado muy mal.  Logré comunicarme con él y quedamos en vernos el lunes 20.  Nos reunimos en el asador Mauro en la Plaza Mayor de Salamanca, que para mí está entre las más lindas del mundo.  Nos sentamos en una de las mesas cuadradas con tope de mármol, él a un lado y yo a la derecha de él,  con dos cañas sin alcohol, pues él ya tampoco bebe,  y algo de picar.  Conversamos durante más de una hora.  Yo venía preparado en oración pues tenía que hablarle del Señor, de mi Dios, de Jesús.  Le escuché.  Me contó de la familia, de sus nietos y de su odisea con un infarto del cerebelo y un tumor, por suerte benigno, que le encontraron en el proceso de estudios sobre el infarto.  Tiene una cicatriz de unas cuatro pulgadas y un hueco del tamaño de una nuez en la coronilla.  Aparte de eso, por suerte quedó bien, sin perdidas de facultades que yo pudiese notar.   Después de escucharle, y de expresarle mi alegría por verle bien, le hablé de mi experiencia con Dios desde el año 1972 y de mi reciente re-dedicación a su servicio.  Le hablé mucho de Jesús.  Él me escuchó con atención y me contó de una experiencia que había tenido hace algo más de 40 años.


Un día, para ese entonces, alguien que estaba perdido le pidió dirección a un lugar y él, como suele ser su costumbre, se desvivió por ayudar al forastero y lo llevó adonde iba.  El extraño no sabía cómo pagarle el favor y metiendo la mano en el bolsillo le dijo: “No tengo con qué pagarte, pero te doy lo único que tengo.”  Le dio un caramelo.  Con ojos llorosos me contó Manolo que esa noche fue a su casa lleno de emoción y le dijo a su padre: “Hoy he visto a Dios.”  Yo también me emocioné y básicamente le dije: “Hoy Dios ha venido a visitarte nuevamente.”  Le pregunté si me dejaba orar por él, pues ya habíamos hablado bastante.  Me dijo que sí.  Puse me mano izquierda sobre su hombro derecho y él puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y allí, en ese lugar público, intercedí por él y por su familia, por su vida espiritual, y por otras cosas que ahora no me acuerdo.  Cuando terminé nos miramos.  Ambos teníamos los ojos aguados.  Le orienté sobre la conveniencia de visitar una congregación y le dije: “Hace 40 años Dios te visitó y hoy me envió para tocarte,” haciendo alusión a mi imposición de manos para orar con él.  Nos miramos nuevamente y ambos supimos que Dios nos había visitado y tocado a ambos ese día.  Pagué la cuenta y una vez fuera, en el soportal de la Plaza Mayor, nos despedimos con un abrazo.  No sé si lo veré nuevamente en Salamanca, pero confío en Dios que un día lo vea caminando por las Calles de Oro.  Al otro día regresé a Puerto Rico, o sea, el 21 de agosto.  Hoy entiendo que fui en un viaje misionero sin saberlo.

1 comentario:

  1. Ivonne Tamayo Maseda18 de septiembre de 2012, 9:39

    Es hermoso re-encontrar a viejos amigos, más aún, cuando ese bello encuentro tiene un propósito que ha sido planificado por el Creador...

    ResponderEliminar