Cuando Ceci y yo nos casamos en el 1989 fuimos de luna
de miel a Salamanca, su ciudad natal. Una
vez allí aproveché para hacer una gestión en el Banco Central, que luego pasó a
ser parte del Santander. Ese
año conocí a un gran amigo, que para estos efectos llamaré Manolo. Manolo trabajaba en el Banco Central y
luego se jubiló del Santander hace varios años. Yo he compartido con él, y a veces
junto con nuestras respectivas esposas, varias veces al año durante los últimos
22 años, sin contar los últimos cuatro, pues nosotros hemos viajado menos a
España en años recientes. En
concreto, hacía más de tres años que no lo veía, pero siempre lo he considerado
buen amigo.
Un día, para ese entonces, alguien que estaba perdido le pidió dirección a un lugar y él, como suele ser su costumbre, se desvivió por ayudar al forastero y lo llevó adonde iba. El extraño no sabía cómo pagarle el favor y metiendo la mano en el bolsillo le dijo: “No tengo con qué pagarte, pero te doy lo único que tengo.” Le dio un caramelo. Con ojos llorosos me contó Manolo que esa noche fue a su casa lleno de emoción y le dijo a su padre: “Hoy he visto a Dios.” Yo también me emocioné y básicamente le dije: “Hoy Dios ha venido a visitarte nuevamente.” Le pregunté si me dejaba orar por él, pues ya habíamos hablado bastante. Me dijo que sí. Puse me mano izquierda sobre su hombro derecho y él puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y allí, en ese lugar público, intercedí por él y por su familia, por su vida espiritual, y por otras cosas que ahora no me acuerdo. Cuando terminé nos miramos. Ambos teníamos los ojos aguados. Le orienté sobre la conveniencia de visitar una congregación y le dije: “Hace 40 años Dios te visitó y hoy me envió para tocarte,” haciendo alusión a mi imposición de manos para orar con él. Nos miramos nuevamente y ambos supimos que Dios nos había visitado y tocado a ambos ese día. Pagué la cuenta y una vez fuera, en el soportal de la Plaza Mayor, nos despedimos con un abrazo. No sé si lo veré nuevamente en Salamanca, pero confío en Dios que un día lo vea caminando por las Calles de Oro. Al otro día regresé a Puerto Rico, o sea, el 21 de agosto. Hoy entiendo que fui en un viaje misionero sin saberlo.
Es hermoso re-encontrar a viejos amigos, más aún, cuando ese bello encuentro tiene un propósito que ha sido planificado por el Creador...
ResponderEliminar