Cuando
Dios ve algo salvable en nosotros y decide intervenir en nuestras vidas para
corregirnos, antes de hacer algo concreto para transformarnos, Él nos lleva al
punto de la humillación total para que muramos al yo y seamos moldeables en sus
manos, algo así como lo que hace el alfarero con el barro que pierde la forma
en sus manos, que lo convierte en una bola amorfa de barro para comenzar
nuevamente a darle forma en el torno.
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