Acabo
de preparar unas lentejas con productos naturales que me parece que quedarán buenísimas. Estoy listo para disfrutarlas cuando estén y
más aún porque mientras mondaba las papas, preparaba el sofrito, con cebollas, ajos,
pimientos y otras cositas, cortaba las zanahorias y le echaba otros productos,
me dio por ir fregando y recogiendo el reguero que iba dejando. Cuando finalmente le puse la tapa a la olla y
miré la cocina, todo estaba limpio y ordenado, lo cual me dio un gran sentido
de placer y satisfacción, quedándome solamente con el deseo de que el guiso
esté para disfrutarlo. Otras veces,
cuando cocino, dejo el reguero para el final, quedándome con un escenario de
guerra tétrico y deprimente, verdaderamente desolador, con utensilios con el
sucio pegado y seco, lo cual dificulta su limpieza, y que me quitan las ganas
hasta de comer lo que hice, bueno... casi.
Esta vez aprendí que la clave para el disfrute está en el orden y en no
dejar regueros para recogerlos más tarde, porque nada garantiza que luego
puedas disfrutar lo que tanto te esforzaste en hacer. No sé por qué me da la impresión de que así
mismo nos pasa en la vida. Debemos ir
recogiendo y arreglando los regueros que vamos dejando al andar, porque, si los
dejamos para el final, limpiarlos será mucho más difícil y quizás no podamos
disfrutar bien el fruto de todo nuestro esfuerzo.
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