Dios mío, cuánto
anhelo ver y escuchar a mi congregación cantando con gozo, un poco alborotados,
pero unánimes, brincando y danzando en orden, sonriéndonos los unos a los otros,
con cencerro, maracas y panderos en mano, o dando palmas, y en libertad, ese
corito de antaño: “Su amor, su amor, su amor está corriendo ya; su amor, su amor,
su amor está corriendo ya; su amor, su amor, su amor está corriendo ya; por
todo el mundo, está corriendo ya; y tú, y tú, y tú eres quien lo hará correr; y
tú, y tú, y tú eres quien lo hará correr; y tú, y tú, y tú eres quien lo hará
correr, por todo el mundo, tú lo harás correr.”
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