Hay
iglesias grandes y ricas que edifican y hay iglesias chiquitas y pobres que no
edifican; de igual manera hay iglesias chiquitas y pobres que edifican e
iglesias grandes y ricas que no edifican.
También tenemos ricos que aman a Dios y pobres que no lo aman; de igual
manera tenemos pobres que aman a Dios y ricos quienes pasan de Él. Por otro lado, las Escrituras nos enseñan que
difícilmente un rico heredará el Reino de los Cielos. Supongo que el punto de partida para el
análisis del grupo al cual uno quiera pertenecer quizás deba ser la
preponderancia de las probabilidades.
Como
dato adicional, en mis 40 años en el Señor he visto que frecuentemente las iglesias
grandes terminan metiéndose en grandes proyectos que requieren grandes inversiones, obligando a sus líderes a
fomentar el crecimiento en la membresía para generar las ofrendas que puedan costear
presupuestos que suelen salirse de lo proyectado, mientras que las iglesias
pequeñas, que no tienen mucho para invertir, gastan lo poquito que generan en ayudar
a sus miembros necesitados. Pero el problema
de los embrollados no es solamente que invierten mucho tiempo y horas de sueño
en sus proyectos, sino que luego, por necesidad, inclinan la agenda de la
enseñanza hacia la importancia del llamado diezmo, relegando a segundo plano la
devoción a Dios, la santidad y el amor al prójimo con sencillez y dedicación.
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