lunes, 1 de octubre de 2012

Se supone que me amen y ayuden a crecer

Nunca subestimes el poder de la sangre, y no me refiero al de la sangre de Cristo, lo cual damos por sentado, sino me refiero al poder de la sangre de parientes por consanguinidad.

Desafortunadamente ese poder de la sangre a veces se canaliza para bien y otras para mal.  Por eso, la pelea entre hermanos puede ser peor que los conflictos entre amigos.  Algo tiene la sangre que nos hace amarnos mucho o aborrecernos con igual intensidad.

A veces me pregunto si ese mismo principio es aplicable cuando venimos a formar parte del cuerpo de Cristo y compartimos la misma sangre espiritual.  Yo, por ejemplo, he tenido conflictos con personas del mundo, pero nunca he sentido tanta animosidad de parte de ellos hacia mí como la que he sentido de parte de hermanos en Cristo que se supone que me amen y ayuden a crecer y sanar en el Señor, curiosamente líderes ellos en su gran mayoría.  Supongo que lo mejor es amar a, y orar por, todo aquel de parte de quien sientas animosidad, porque ese es el mejor antídoto para la contaminación del alma.

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