Miraba por la ventana de una habitación fresquita, ayer temprano en la mañana. Mis ojos contemplaban las tejas de las bellas casas de estilo mediterráneo a la orilla de un precioso y apacible lago. Era todo tan bonito, y tan pacífico, que pensé en Dios y el Cielo. Mis ojos se aguaron y lloré. Lloré por el deseo de estar con mi Dios en el lugar que tiene preparado para mí. Nada más me interesa. Y a lo terrenal que le dedico tiempo y esfuerzo en este mundo, se lo dedico solamente para halagar a mis hijos y esposa para ver si demostrándoles el amor que Dios ha puesto en mí, como mejor pueda, logro persuadirlos a que amen a Dios sobre todas las cosas, porque quiero vivir con ellos en la morada eterna que Jesús tiene preparada para los que le aman.
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