miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ayer quise probar a mis hijos

Ayer quise probar a mis hijos.  No para ver lo que harían ni mortificarlos, porque ya más o menos sabía cómo habrían de actuar y lo que yo habría de hacer.  Los llamé a ambos a mi oficinita en casa y les pregunté a los dos que quién quería colarme un café.  Los dos miraron para el piso, para el lado, sonrieron y dijeron: “Él”, señalándose uno al otro.  Seguí insistiendo, y uno de ellos cedió y me dijo: “Yo te lo cuelo, papi.”  Cuando iba a salir a colarme el café, lo llamé, le di las gracias, y abriendo la billetera saqué y le di un billete de $20.  El otro, atónito, me dijo: “Ah, pero tú no me dijiste que le ibas a dar ese dinero al que te colara el café.”  Entonces fui para la cocina y le dije al que me colaba el café: “Comparte los $20 con tu hermano que se ha puesto triste.”  El me dijo: “No.”  Acto seguido yo le di otro billete de $20 a su hermano y no tuve que explicarles mucho sobre lo que había sucedido.  Ambos demostraron cierto egoísmo, y es de esperarse, porque así somos casi todos los humanos, incluso los que actuamos correctamente la mayor parte del tiempo, como hizo el que decidió colarme el café, que luego no quiso compartir el premio con su hermano.  Desde el principio mi intención era darle $20 a cada uno para sus gastos, pero  decidí  aprovechar para darles una pequeña lección sobre la naturaleza humana.  Ambos entendieron y a ambos les gustó el pequeño juego, ya se imaginarán por qué.  Yo trato de no enseñarles muchas cosas con dinero para que no se orienten mal, pero esta vez me pareció bien porque fluyó natural.  Espero que no vengan hoy los dos a querer colarme un café, si no tendré que darles alguna otra lección.  Quién sabe, a lo mejor le doy una peseta al que me lo cuele.  Ya veremos.

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