La soledad nos invita a pensar, y aunque nos
lleve a pensar en círculos, como en una rotonda, indefectiblemente nos lleva a
una bifurcación. Una vez allí, la
soledad se convierte en una de dos: 1) en la antesala de la consagración o 2)
en el preámbulo de pensamientos ociosos y sinsentido que llevan, en el mejor de
los casos, a elucubraciones redundantes, sin ton ni son.
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