Hoy tuve una experiencia bonita con Dios. Me levanté temprano, pero no con el deseo de orar que suelo tener todas las mañanas, porque me sentía mal físicamente y tenía un sueño demoledor. Me puse a fregar la cafetera y en cierta forma con actitud culpable le dije a Dios que lamentaba no haberme levantado con el ánimo que Él se merece. Su Espíritu entonces me consoló hablando a mi corazón, diciéndome que aunque no hubiese hablado todavía con Él, el mero gesto de esforzarme y levantarme ya había sido contado como una profunda oración en el Cielo.
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