Lo que el hombre piensa que es “la obra de Dios”, como por ejemplo una gran empresa de índole eclesial, frecuentemente es “la obra del hombre,” y su peligro estriba en que distrae al hombre que a tal obra se dedica en alma y cuerpo, evitándole ver que la verdadera obra de Dios es aquélla que en sencillez procura llevar el mensaje redentor de Jesús, atendiendo a su vez las necesidades básicas de todo aquél que se pueda ayudar.
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